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Monday, December 05, 2005

La Sierra a la Siesta

Lucida Grande, estaba sentadita en su silloncito de mimbre. La sombra del Porche de la Casita de las sierras, alcanzaba justo hasta sus pies, que le quedaban al rayo de sol. El verano pegaba fuerte dando lugar a todo el sol que quemaba hasta las piedras. Los papás dormían plácidamente disfrutando de lo último de la tecnología, un hermoso ventilador de techo, mitad madera y mitad estera. El aire caliente, trae lejano olor a pileta llena de niños, agua con cloro, crema bronceadora. El silloncito de mimbre, recostado hacia atrás, las patas medias dobladas, hace a veces de mecedora. Cae para adelante, cae para atras. Cae para adelante, cae para atrás. El perrito, blanco con manchas negras, ninguna raza a la vista, abre un ojo y levanta la ceja, interesado en aquel movimento. ¿comida comida? piensa el can. Sin inmutarse, al ver que no hay comida, cierra el ojo y sigue su siesta. Los dos pinitos, Abetos, en rigor de verdad, apuntan como dedos acusadores derechitos, hacia el cielo. Ni una nube. Por suerte, pensaría seguro la nena, A lo mejor a las cinco, me lleven a la pileta . O al Rio, que está cerquita. Despacio cruza al paso lentisimo un burro de alquiler. Montado por un viejo alto, casi tocan sus pies el suelo. El rostro negro casi , de tantas tardes de sol. Saluda con un gestito, y pregunta "¿se alquila?"... No , dice la nena con la cabeza con somprero de paja. Mira al frente el viejo y sigue con su paso. El burro no entiende nada, solo piensa en volver a su casa, en algo de verde, alfalfa, afrecho, pasto aunque sea. Es tan pesado este viejo.
El reloj, en el comedor, en lugar de Tic Tac, a esta hora, hace algo asi como Tisssss Tasssssss, derritiendose sobre la pared, encima de la ventana de vidrio emplomado, como aquel cuadro que una vez vio en un libro.... el reloj de huevo frito, le decía ella. Y la mama se reía. El papá decía, Salvador Salí... riendose. Salí, salvador... decía la madre Siguiendole el jueguito. Y así, Dalí, Salí, vino el hermanito. Aquel que no paraba de llorar. Salvo a la Siesta. Entonces, era buenito. Una gotita salada, de sudor, cruzó escapandose de la represa del sombrero. Cada tanto, las cigarras decidían ensordecer. Venía de aquel bosquecito lejano, de alamos, o anda a saber que son. Para ella, todos son alamos... o pinos. Esos arboles todos retorcidos, de las sierras, pinchan mucho. No los quiere. En Santa Fe, no hay de eso. Solo hay Alamos y Eucaliptos. Ah. Si, los Eucaliptos también los conoce. En su escuela, hay eucaliptos. Se hacía uñitas postizas con los conitos.
Ufff. hasta cuando durara esta siesta. Ojalá no venga otro hermanito.